Desde la pequeña localidad minera de Potrerillos, ubicada en la precordillera de la región de Atacama, a vivir ahora en la calle Potrerillos en el sector norte de La Serena. Esa, es quizás la gran coincidencia que marca la vida de la joven fotógrafa, Angélica Araya. Actualmente vive con sus padres, tiene su pareja en Antofagasta y, a pesar de que aún no tiene hijos, está ansiosa por conocer y disfrutar pronto de la maternidad.
Abriendo las puertas de su hogar y su taller, nos muestra parte de su trabajo. Una personalidad más introvertida, con una sencillez a flor de piel, resaltan a la hora de conversar. Hace ya, diez años se vino a estudiar a La Serena, cuenta. Terminó graduada en diseño y licenciatura en artes, pero durante este proceso algo no logró cautivarla del todo como para que siguiera por esa misma línea en el mundo laboral.
¿Por qué no ejerciste tu carrera?
El concepto de estudio es tomar herramientas para el mundo, pero en la práctica a veces eso no es tan real. De un momento a otro, la teoría se distancia mucho de la práctica. El golpe que me di con la realización de mi tesis de grado fue crucial. Mi propuesta, desde el punto de vista teórico, era correcta. Pero el resultado no fue para mí satisfactorio. Entonces, me pregunté si realmente quería volver a tener esa experiencia e intuí que había algo que tenía que explotar, que existía algo mejor. Pesqué mis cosas, mi cámara y me fui a la fiesta de la Tirana a probar. Después de eso decidí que quería dedicarme profesionalmente a esto de la fotografía.
¿Qué te inspiró a comenzar con la fotografía?
El factor principal fue mi abuelo. Conocí, de niña, el olor a químicos de manos de él, entre rollos y cámaras. Foto reportero de oficio, trabajó en una empresa minera fotografiando actividades y eventos sociales para la revista Vea. Siempre iba a su casa a descubrir nuevas imágenes, ver las fotos antes de que salieran en el diario, me encantaba.
Empecé a descubrir así, con los ojos de él, algo que estaba ahí latente y que está en todos lados. Ahí había arte. Me gusta eso de capturar en un cuadro algo que se puede transmitir como lenguaje. A medida que he ido avanzando, fui encontrando el camino por el cual me quiero mover, la fotoetnografía, eso es lo que predico, que hago y que debo en parte a mi abuelo.
Cuéntame un poco más sobre la “fotoetnografía”
De pronto me vi fotografiando una especie de foto documental, pero en tiempo y en la manera de proceder empecé a vislumbrar que había algo diferente. Me gusta observar los procesos productivos, donde hay un otro que se apodera de su entorno, para subsistir, para trabajarlo. Cuando estudiaba realicé un ejercicio en Carahue, en entorno rural con etnia mapuche, donde mostramos la realidad local, con identidad propia y lo trasladamos a Santiago en exposición. Con mi trabajo, lo que hago es hacerme parte del lugar, pero sin intervenirlo. Así, esta forma de trabajo es la manera de diferenciarme en el mercado.
¿Te ha servido trabajar este tipo de fotografía?
Sí, me ha servido como un plus, especialmente en el planteamiento de la hipótesis de una investigación y seguir un hilo conductual. También me resulta más fácil entregárselo al público, me acota la búsqueda visual, una especie de check list para conseguir lo que busco.
¿Y la gente cómo ha recibido tu trabajo?
Por sí solo, el término de fotoetnografía llama mucho la atención, denotando un aspecto sociológico y antropológico de la fotografía. Por ese lado, genera hartos ganchos y obtengo lo que cualquier profesional busca: una retroalimentación. Y al común del público o de los visitantes a la exposición, lo que más les llama la atención es que hay un otro que está siendo retratado en una actividad, la que muchas veces es muy cercana, pero pasa desapercibida. Muchos se interesan en adquirir mis trabajos (fotoetnografía@gmail.com).
ENTRE EL FLASH Y LA TIMIDEZ
Apacible. Con una expresividad relajada cuenta desde adentro —se nota— cómo su labor ha ido influyendo cada vez más en su vida y personalidad. Una formación continua a nivel personal y profesionalmente.
¿Qué es para ti la fotografía?
Actualmente es mi pasión, una constante fuente de inspiración, el cómo me hago cargo de un lenguaje. La fotografía, hoy, es un arma de todos, desde una denuncia a una expresión de amor. Me permitió conocer más de mi abuelo, cosas que no conocí directamente. Es mi forma de manifestar lo que está dentro; en ese sentido, el tema de la fotografía vino a abrir un desafío para mostrarme más extrovertida, ya que en mi trabajo continúo, de alguna manera, siendo bastante tímida, muy para adentro y estructurada en eso de enfrentarme al otro con mi cámara.
Y eso de la timidez, ¿crees que se ha convertido en una ventaja o desventaja en tu trabajo?
Creo que, de cierta manera, le he sacado partido a mi personalidad. Al momento de tomar una buena foto también estoy pensando en qué puede estar sintiendo la otra persona. Cuando voy revisando mis imágenes asimilo lo que tengo y lo que hago, donde la soledad y la timidez están bastante presentes; desde ahora me hago cargo de eso. Eso sí, hay momentos en que las pulsaciones me sobrepasan, incluso me congelo, pero, con la fotografía, he aprendido a vivir de eso que es parte de mí. Imagínate con esto de las redes sociales donde se tiende a mostrarlo todo, contarlo todo, me colapsa un poco.
¿Cómo es cuando pasas a mirar a una persona o momento a través del lente?
Sinceramente, es súper complejo. Enfrentarte a otro para capturar lo bello, lo que es específico de él, requiere una especie de itinerario para que el otro se abra contigo y lograr así, capturar su esencia. El yo y el súper yo, se hacen presentes para cubrir lo que no queremos mostrar, por eso, tiempo y paciencia es lo que más requiero. Pero vale la pena, después de eso no solo te llevas la imagen, sino todo un recuerdo.
¿Un pro y contra de la fotografía de hoy?
En lo positivo, la tecnología de hoy permite una mayor variedad y calidad, especialmente para el creador, dándole una amplia gama de posibilidades y resultados. Uno de los aspectos negativos, al menos en la realidad local, es la falta de salas de exposiciones. Eso de crear audiencia como que queda sólo en el papel.
EL RITO DE LOS MACHEROS
Uno de los trabajos más importantes realizado el año pasado se hizo en Caleta San Pedro. Un rincón especial, ubicado a sólo cinco kilómetros al norte de La Serena y reconocido por su productividad marina y hermosos parajes costeros, fue el punto de inicio para Angélica. Con su lente, se lanzó en la búsqueda de los trabajadores del mar, esos que están en el primer eslabón dentro del proceso que culmina con lo que la mayoría ve: un apetitoso plato, sin saber quién está detrás de aquello.
¿Qué rescatas de este trabajo?
El tema de la autorización para poder retratar. Es difícil que el otro se permita fotografiar. Por eso, desde un inicio fue algo complejo. Me llevó meses conseguir la confianza para llegar a ser parte del grupo, eso es fotoetnografía y con los macheros se vio en plenitud.
¿Y qué pasó después?
La primera exposición la hice ahí mismo para que ellos fueran los primeros en observar el trabajo. Sin duda lo que más me llamó la atención fueron las mujeres, especialmente quienes en algún momento dijeron “no, por favor, a mí no”, “es que me voy a ver fea” y después ellas mismas decían “oiga, pero… parezco otra” o “por qué no estoy”, entonces sentí el cambio, un cambio a través de la fotografía. Esa complicación fue valiosa.
¿Introducir el género es algo trascendental en tu trabajo?
A medida que he ido mirando hacia atrás me he dado cuenta que, al menos en las exposiciones o en la fotografía artística, hay factores símiles y repetitivos. Un tema que ha estado muy presente es el de la mujer. Me he planteado desde qué mirada va esta búsqueda y de pronto asimilo que hay una parte dentro de mi historia, por un lado con mi abuelo que trabajaba este tipo de fotografías y también por su ausencia. Su oficio hizo que se marcara un vacío dentro del núcleo familiar, en especial para mi abuela. De ahí la importancia de la presencia femenina en mi trabajo
Actualmente, trabaja en un proyecto artístico-turístico en Gualliguaica. “Eso es lo que me tiene acá, sino estaría en Antofagasta con mi pareja que es donde me quiero establecer”. Un trabajo que pretende impregnar cómo es el poblador del valle de Elqui desde una mirada fotoetnográfica, documental y conceptual.
Una etapa foto-profesional que, a pesar de haber comenzado desde niña con el legado de su abuelo, recién hace algunos años está cosechando frutos. Madura y plena en su vida, Angélica no pierde el camino de la proyección familiar sin dejar de lado su mayor pasión visual.
“Actualmente es mi pasión, una constante fuente de inspiración, el cómo me hago cargo de un lenguaje. La fotografía, hoy, es un arma de todos, desde una denuncia a una expresión de amor”.