Las fotografías de los acontecimientos de los pueblos se convierten en puntos biográficos significativos en los cuales se sitúa el recuerdo, alcanzando valor documental cuando en ellas hay vestigios de un pasado contenido, puede decirse que el autor autoconfigura un momento temporal que trasciende al contexto en el que fue capturada, para convertirse en la interpretación gráfica de una comunidad. 

Al conocer este trabajo, nos estamos introduciendo en el diario vivir de las agrupaciones promesantes del Santo Patrono San Miguel en Quillagüa y de la Virgen de la Tirana en María Elena, reviviendo memorias colectivas que activan una serie de rituales, los que permiten el encuentro de la población residente y aquellos que regresan a participar de la fiesta en el desierto.

Estas festividades devocionales de danza, música, coreografía y canto, marcan el acontecer de los habitantes, situándolos en un programa de inicio y término, donde el simbolismo de cada cofradía, de cada elemento de ella, se llena de significado, tanto para el bailarín y sus familiares, quienes son parte de las asociaciones, generando un diálogo entre sus pares, las bandas musicales, el grupo eclesiástico, los laicos, los agentes municipales, empresariales, comerciantes y visitantes, desplegando una serie de repertorios culturales, expresiones destinadas a conmemorar, renovar ciclos, relacionados al agradecimiento o rogativas de buenos deseos. Aquí es cuando aparece el factor de la religiosidad popular, entendido ello como patrimonio inmaterial regional, lo que se complementa con diversas formas de manifestaciones artísticas, generando una resonancia más allá de su propio territorio. 

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